La enésima temporada veraniega de festivales ha vuelto. Para muchos, la época más especial del año. Y te cuento por qué


Hace cuestión de una semana estábamos volviendo de Bélgica. Varios integrantes del equipo de EDMred y otros tantos amigos de unos y de otros nos habíamos juntado para acudir a Tomorrowland y, para muchos, vivir por primera vez la magia del festival belga.

Muchos se quedaron embobados con la escenografía, otros alucinaban con la variedad de estilos musicales y otros simplemente eran felices sabiendo que el esfuerzo que habían realizado para estar sobre el escenario quemando sus bambas se estaba haciendo realidad.

Para mí, sin embargo, fue la constatación más intensa de todo lo que esconde un festival. Porque un festival no es solo música, alcohol y adrenalina. Va mucho más allá. En esta última aventura nos juntamos personas de Madrid, Galicia, Sevilla, Jaén, Valencia, Cádiz, Murcia, Granada, Barcelona, Londres, París y Amsterdam en un hotel. Cada uno de su padre y de su madre y que intercambiaban palabras por primera vez sin saber que estaban sellando una amistad duradera y sincera.

Un festival te lanza a sociabilizarte, a abrir las puertas de tu casa a personas que 48 horas antes ni sabías su nombre. La atmósfera, las ganas de vivir un momento inolvidable, esa sensación de que los perfectos desconocidos que tienes a tu lado pueden y quieren conocer tu historia y vivir alguna que otra más contigo.

La temporada de festivales para el pueblo llano son dos meses de whisky y saltitos – que también – pero para muchos otros significa volver a ver a esas personas con las que tienes una conexión única e irrepetible que te llevará a ir hasta el fin del mundo con ellos si es necesario.

Hoy me toca aplaudir por todos aquellos que, como yo, ven cada año más allá de los escenarios y aprenden a disfrutar de esta maravillosa fiesta de la música también con la gente que les rodea. Por eso me gustan los festivales, mamá, y por eso no puedo ni debo separarme de ellos.

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