La batalla comienza, las luces te confunden, te reflejan y te iluminan, no sabes si te gustan, te incomodan o te excitan. Pero estás a gusto, la música te hace volar, los pelos de punta, tus amigos a tu lado, nada más importa, es tu momento, tu y el escenario, no hay más.


Cada artista tira granadas, en forma de canciones, que explotan en un puñado de emociones que no sabes como expresar. Tú estás ahí, de frente, feliz, viviendo el momento, no existen los problemas, todo es perfecto. Para otras personas ese ambiente sería la guerra, para ti supone la paz. No prestas atención a nada ni nadie en concreto, te gustaría incluso llevar una máscara, que no se te reconozca, ser el héroe de la noche, rompiendo tus cadenas, liberándote por unas horas de lo que se supone que es correcto. La sensación es que con cada salto, cada baile, cada empujón, el suelo se estremece y hasta el tiempo tiembla, llegando incluso a pararse. Y a pesar de que no es así, de que no estés viviendo más que una fantasía, es más fácil creese esa mentira piadosa, te abrazas y cantas con desconocidos nada más importa.

Poco a poco, una brisa mañanera, refrescante, intenta devolverte a la realidad, pero tu sabes que esto no ha terminado, aún queda tela por cortar. Levantas la mirada, observas a tus compañeros, sudorosos, manchados, cansados y piensas que,  de no ser por la sonrisa que se dibuja en sus rostros, podríamos estar hablando perfectamente de un momento post-apocalíptico. La música continua sin descanso, iluminando a aquellos que la llevan horas alabando, a base de pintorescas danzas, movimientos de brazos unánimes que convierten a desconocidos en hermanos por una noche y a un género musical prácticamente en una religión. La hora se acerca, sois muchos los guerreros que seguís en batalla, algunos alimentados por los últimos efectos del licor, a otros simplemente les sostiene el amor por unos sonidos y el orgullo de estar presente en el cierre.

Se lanzan las últimas dagas, lanzamientos llenos de precisión, directos al corazón. Te desangras en sentimientos que nada ni nadie te ha hecho sentir antes, hay quién no puede aguantar las lagrimas, el delirio es completamente real. El DJ, desde lo alto, artifice de esta masacre de emociones, es consciente de lo que está ocurriendo, de los efectos de sus armas y levanta las manos en signo de victoria. No quieres que aquello acabe, a pesar de que las piernas, ya encorvadas, no responden, los brazos se elevan lentamente, les cuesta moverse y la mente no pasa por sus momentos más lúcidos. Aún con eso, sigues teniendo ánimos aún para bailar, exprimiendo tu último aliento. Es entonces cuando no son las luces artificiales las que te iluminan, un potente rayo de sol te vislumbra, sin darte cuenta estas viviendo otro amanecer con tu banda sonora favorita. Llega el momento de la retirada, los guardias te piden amablemente que abandones el establecimiento y en el fondo lo agradeces. Las hordas de muchachos marchan en silencio rumbo a la salida, digiriendo aún lo que acaban de vivir, sonrientes, victoriosos, solo conscientes de una cosa, han amortizado y lucido con orgullo la pulsera que hace tres días se les puso en la muñeca.

Compartir: