La repentina desaparición de los festivales de nuestras vidas ha dejado, en nosotros, un vacío insalvable

Adrenalina. Amigos. Ilusión. Nerviosismo. Recuerdos. Anécdotas. Amor. Amistad. Locura. Felicidad. Festivales.

El pasado 12 de marzo el planeta Tierra cerró sus puertas, obligó a decenas de millones de personas a frenar su rutina diaria para, durante ya casi 60 días, ver la vida desde una ventana, terraza, balcón, o simplemente desde una pantalla.

60 días que para muchos puede suponer el inicio del final, pues muchas ciudades están ya de desescalada pero que, para el gremio que nos acoge, para la música electrónica, esto es solo el comienzo de una crónica negra para la industria, y también para nuestros corazones.

Porque el que no acude a festivales no sabe lo que es tener un año en blanco en el casillero. No sabe lo que es comprar las entradas con tu grupo de amigos y sentir una sensación de emoción que recorre tu cuerpo sabiendo que acabas de garantizar tres días mágicos en tu vida. 

El que no acude a los festivales no sabe como responden nuestras emociones cuando vemos los Set Times del festival al que vamos en unos días, cuando cuadras los horarios y te peleas – benditas peleas – con tus amigos por ver a uno u a otro. Esas horas en tu oficina, en la biblioteca, en la universidad, previas a irte de festival. Esa energía que te transmiten y que transmites a tu alrededor.

Echamos de menos los lotes en la puerta de los recintos, echamos de menos conocer a esa persona que nos sacará el lado más salvaje al volver a casa, echamos de menos tararear las melodías de nuestros djs favoritos con personas que no conoces absolutamente de nada, echamos de menos saltar, empujar, bailar, dar con el codo al de al lado para avisarle de que viene un temazo. Echamos de menos beber cerveza caliente en vaso de plástico que nos sabe a gloria, porque estamos donde queremos estar. Echamos de menos la sensación de agotamiento camino a casa tras una noche de infarto.

Echamos de menos soltar el móvil de viernes a domingo porque nos da pereza ir al punto de recarga del camping. Echamos de menos salir de España para conocer festivales del extranjero. Beberte el último sorbo en la cara del segurata que te va a cachear. Hasta la cola de los tokens. Quedarte mirando al escenario con una sonrisa pensando que ese ratito no te lo va a quitar nadie y eres un afortunado por tener un hobby tan puro como es el sentir la música electrónica.

Nuestro 2020 será el más negro de todos pero, una cosa es segura, cuando vuelvan a abrir las puertas de nuestro cielo, de los festivales, clubs y discotecas, ahí, solamente ahí, el planeta Tierra sabrá qué significa para nosotros la música electrónica, los festivales y las emociones que le rodean.

Paciencia, recuerdos y optimismo. 2021 será histórico.

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