Verano, playa festivales y en definitiva, mucha, mucha gente. Ante esta situación surge una pregunta, el por qué de juntarse.
Caminando por la playa de repente cayó en la cuenta. Se percató que mientras unas partes de la orilla se mantenían prácticamente desiertas, la gente tendía a amontonarse en determinados puntos. Durante aquel paseo, se repetía el patrón, el paisaje alternaba solitarias franjas, con aquellas en las que conseguir primera línea era una auténtica batalla. Se empezó a preguntar el por qué de esa situación y en seguida llegó a la conclusión de que el humano es cotilla por naturaleza, que necesita saber que hacen los demás para encontrarse a gusto. Qué asco.
No obstante, instantes después de llegar a ese pensamiento se le vino otra situación en la cabeza. Otro de esos momentos en los que tendemos a juntarnos sin que importe que otras partes quedes libres, sin que estas se ocupen apenas. Ese momento en el que en un festival, fiesta o concierto sube al escenario tu artista favorito, y miles de personas se apelotonan en las primeras filas preparándose para disfrutar, justo igual que tú. Y claro, desde fuera y con los oídos tapados puede parecer una locura o un infierno, que invita incluso a la ansiedad. Pero desde desde dentro es distinto, rápido encuentras el sentido, cuando te das cuenta de lo fuerte que grita tu canción preferida a tú lado desconocido. O, la cara de placer que pone esa persona, de pura alegría, la misma que la tuya, y eso que solo la conociste hace a penas un par de días. Qué gusto.
Reparó entonces en que no nos juntamos por cotillear o por no ser menos que los demás, si no por tener aún más gente con la que disfrutar de aquello que nos apasiona. Da igual si se trata del calor del sol, o el calor de la música, estaremos de acuerdo que el ambiente puede hacer de cualquier velada algo diferente. Porque nos sigamos juntando, hoy, mañana y siempre.